Por Loreley Gaffoglio | LA NACION
Florida.- Salvo por un perro maltés que brinca desaforadaremente cuando se abre la puerta, nada alerta de que en este barrio apacible, de clase media blanca y protestante, cerca de los Everglades, un sólo hombre esté pergeñando una acción de dimensiones épicas en materia de derechos civiles para los animales.
Ese guerrero sin reposo, desde hace 30 años consustanciado con el movimiento animalista y desde hace dos presente en las tapas de los diarios por su lucha en favor de los primates es Steven Wise. Abogado y profesor de Harvard, es junto a Jane Goodall el ideólogo de Non Humans Rights Project (NHRP), una ONG que con el apoyo de 150.000 donantes, litiga en los tribunales norteamericanos para que se les otorguen derechos a los grandes simios.
Semanas atrás, Wise estuvo cerca de lograr su objetivo cuando una jueza neoyorquina, por primera vez en la jurisprudencia norteamericana, admitió un pedido de habeas corpus en favor de Leo y Hercules, dos chimpancés recluidos en una universidad estatal y usados por anatomistas para develar el proceso por el cual el hombre comenzó a caminar con las piernas extendidas. Pero Wise, llamativamente, no cuestionó que en la musculatura de las extremidades de ambos simios los científicos introdujeran cables para enderezarles las piernas. Objetó, sí, que los primates permanecieran esclavizados en un laboratorio y exigió su liberación. El fallo de primera instancia le fue adverso, pero apeló y abonó el terreno. Wise continúa batallando para que los animales con altas capacidades cognitivas puedan obtener personería jurídica.
«Estoy seguro de que ganaremos esta lucha y los animales dejarán de ser considerados cosas ante la ley», dice este jurista vehemente, cuya lucha es apoyada, entre otros, por el Premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee.
-Su gran empatía por los animales, ¿es algo genético o cultural?
-Desearía saberlo. El primer antecedente que recuerdo fue cuando tenía 12 años y mis padres me llevaron a una granja en Maryland. Fue tal el espanto que sentí al ver el hacinamiento de esos animales enjaulados que al regresar le escribí una carta al alcalde preguntándole qué iba a hacer él para mejorar su bienestar.
-¿Hubo un punto de inflexión?
– En los años 80, ya me había recibido y vivía en una casa comunitaria en Boston cuando un amigo me dio el libro del filósofo del utilitarismo Peter Singer, Liberación animal. Sólo en Estados Unidos se mataban ocho mil millones de animales por año para consumo humano; 100.000 millones en el mundo eran utlizados en investigaciones. Me hice vegetariano. Pero gracias a Singer entendí que los estábamos tratando de forma terrible, enjaulándolos, matándolos con métodos cruentos y usándolos de forma salvaje en laboratorios. El argumento de los científicos en ese entonces (ya no lo usan más) era que los defensores de animales eran personas emocionales que no entendían los avances de la ciencia. Pero yo, que soy muy racional porque antes me recibí de químico, entendía que el vacío legal les permitía experimentar con ellos sin límites. Hacían cualquier cosa. Y no era ilegal pero sí inmoral. Recorrí mataderos, circos, zoológicos, laboratorios y observé todo. Lo que les hacíamos superaba cualquier límite de comprensión racional. Ahí cobraba dimensión la argumentación de Singer sobre que los animales deben tener una consideración igualitaria. Su argumento capital es que sienten dolor. Así empecé a pensar cómo incluir ese argumento en el plano legal.
-Singer tuvo una influencia decisiva en la comprensión ética de la problemática animal, pero, ¿cree realmente que sus postulados son aplicables?
-Absolutamente. El animal no debería morir con sufrimiento si su destino es el consumo humano. Su cálculo utilitarista para establecer qué es ético radica en que la suma del daño animal no puede superar la del beneficio humano. Ese punto filosófico nunca lo había tenido en cuenta. Y fue lo que me indujo a representar sus intereses.
-¿Cómo se ganaba la vida?
-Litigaba en casos de mala praxis veterinaria, trataba de impedir la caza con las complejidades que eso tiene, pero sobre todo batallaba en casos de perros sentenciados a muerte. Nunca gané mucho, pero le salvé la vida a unos 150 canes. Mi desafío mayor eran los casos de explotación. El problema era -y sigue siendo- que los animales son considerados cosas para la ley. Carecen de personería jurídica y, por lo tanto, de derechos. Hasta que comprendí que los habeas corpus son el recurso legal correcto para comenzar la batalla en la obtención de derechos fundamentales. No hablo de protección sino de derechos adquiridos. Porque los animales con altas capacidades cognitivas -grandes simios, cetáceos y elefantes- no pueden ser privados de su libertad. Eso para empezar.
-No mucha gente apoya su lucha.
-Más de la que usted cree. Gallup hizo este año una encuesta en Estados Unidos y preguntó: «¿Los animales deberían tener los derechos de los humanos?» Yo hubiera respondido que no, ya que no creo que deban tener los mismos derechos que nosotros. Pero un 32% de los norteamericanos respondió que sí. De ellos, un 44 % eran mujeres y el 22%, hombres. Entonces, casi la mitad de las mujeres americanas está de acuerdo con lo que hacemos. Pero es como les explico a mis alumnos: «Lo que les voy a enseñar no es sobre el mundo en que vivimos hoy, sino sobre el mundo que viene y cómo ustedes pueden ayudar a que llegue». Trabajo para el futuro. Pero sé que llegaré a ver resultados.
-¿Por qué es tan optimista?
-?Porque cada vez hay más científicos revelando la complejidad del cerebro de los animales. Y vienen demostrando que son muchos más complejos en lo cognitivo de lo que sospechábamos. Por otro lado, los derechos humanos, que surgieron hace 70 años, depués de la Segunda Guerra, están cada vez más arraigados. Aceptados estos, no es un salto tan grande otorgarles derechos a algunos animales no humanos.
-¿Cómo encontró el argumento legal con toda la legislación adversa que existe?
-?Una vez que me di cuenta de que el vacío legal era la personería jurídica (ellos son cosas), quise comprender cuáles eran los valores comunes en el derecho occidental. Mi argumentación hoy se orienta a mostrar racionalmente que si los jueces abrazan valores de justicia, libertad y equidad; si los esclavos, las mujeres y los niños fueron ganando derechos que antes no tenían, en el caso de los chimpancés tienen que fallar a mi favor. Porque no hay nada de los humanos que nos separe de ellos: compartimos el 99 % de los genes, podemos recibir hasta sus transfusiones, tienen una capacidad cognitiva compleja, aprenden, se comunican y la ciencia puede dar cuenta de su nivel de autonomía. No hay una razón para que una corporación, un barco, una sociedad o un incapaz tengan entidad jurídica y un chimpancé, no. En Nueva Zelanda, hasta un río tiene personería jurídica. En India, una deidad y una mezquita. Los animales como entidad deben ser protegidos con derechos fundamentales. Es una cuestión central del valor inalienable de la libertad y de la igualdad para seres conscientes y autónomos. Y la razón es la misma por la que hemos aprendido a no explotar o maltratar a otros seres humanos.
-Los jueces, ¿no han dicho hasta ahora que los derechos fundamentales rigen sólo para los humanos?
-Es lo que se debe reconsiderar. Porque ser persona actúa como un vaso contenedor de derechos. El que pedimos hoy es el derecho a la libertad. No se los puede enjaular, que es lo que les pasa a los chimpancés, a las orcas y a los elefantes. Usamos los habeas corpus justamente para sacarlos de esas cárceles. Si podemos probar en los tribunales de Nueva York que un animal es autónomo, tiene capacidad mental y autodeterminación, el Estado no puede decir que valora todas esas cualidades sólo en humanos y no en otros seres. Eso es irracional y es una argumentación inestable y arbitraria. Quien diga que sólo los humanos pueden tener derechos, no encontrará un solo filósofo o jurista que pueda construir un argumento sólido en ese sentido. ¿Qué es lo excepcional? Son las cualidades de ser humanos las que nos hacen ser moralmente valiosos. Y lo que le decimos a la Corte con los más prestigiosos estudios científicos es: usted elija la cualidad que quiera, yo le aseguro que los chimpancés también la tienen. Pero no postulo que los animales deben tener los mismos derechos que los humanos, porque no somos lo mismo.
-En Nueva York fallaron en su contra, y antes también. ¿Dónde termina su lucha?
-Recién comienza. De 13 puntos en discusión, la jueza coincidió en 12 de ellos, lo cual sienta precedentes jurídicos. Ella dijo que, a pesar de que no estaba de acuerdo con un fallo anterior que había denegado el recurso, estaba obligada a seguir ese precedente. Y escribió: «Por ahora, lo rechazo». Ese «por ahora» nos permite seguir peleando con los argumentos que se nos allanaron por primera vez. Y seamos sinceros, la cuestión de fondo para los tribunales es que si se les da derecho a los grandes simios, temen que luego se pidan iguales derechos a otros animales como las vacas.
-¿Y dónde culmina el eslabón?
-Cada especie es diferente. No es lo mismo un ciervo que un simio. Pero son los científicos que los estudian quienes deben decirlo y explicar qué son. Entiéndame: a mí perder en esta instancia no me desanima. Todo el tiempo tengo la sensación de que la propia historia jurídica ya pasó por ahí. En Estados Unidos la primera vez que un indígena, mediante un habeas corpus, fue considerado persona fue en 1879. Por eso escribí un libro sobre cómo un esclavo negro en Inglaterra, James Somerset, en 1772, fue liberado mediante un habeas corpus y convertirlo en persona.
-¿Siguió el caso Sandra ?
-?Sí. Sólo le diré que jamás presentaría un habeas corpus sin asegurarme antes de que el animal tiene un destino de acogida. No es el caso de Sandra, me temo.
-¿Por qué nunca se ocupó de las orcas de Sea World en Florida?
-?Porque la ley aquí y la de los ex estados segregacionistas del Sur es de las más retrógradas. Donde no se cuidan mucho los derechos humanos, difícilmente se ocupen de los derechos de los no humanos.
-Para algunos es una ironía que su lucha se lleve a cabo en un país con tan alto predicamento de la caza mayor dentro y fuera de Estados Unidos. ¿Qué le produce esa contradicción?
-?No apoyamos la caza y lo de Cecil fue grotesco. Pero, digámoslo, cazar a un lobo, matar a un ciervo o dispararle a un león son cosas distintas. Las especies son diferentes y merecen tratos diferentes. En NHRP hablamos de ciertos derechos fundamentales para determinados animales, que no es, bajo ningún concepto, la noción de protección animal. Que se entienda la diferencia.
-Al final del camino, ¿qué lo empuja?
-?Un desvelo de justicia. Pero Singer puede hablar de injusticia. Como abogado, debo hacérselo entender a los jueces. Y estoy seguro de que vamos a cambiar la historia e instalar una nueva doctrina. Falta poco.
-¿Qué derechos concretos deberían tener los animales?
-?No lo sé. Creo que eso depende de la ciencia, de lo que diga que es un elefante, un gorila, una orca. Cómo se organizan, cómo funcionan sus cerebros, cómo sienten. ¿Piensan? Quienes se oponen a que seres sintientes altamente inteligentes puedan tener el derecho a la libertad, no han podido esgrimir una razón lógica. De hecho, los cuatro fallos adversos argumentan en diferentes direcciones. Pero si quieren debatir, aquí estoy. Los voy a demoler en un debate porque su razonamiento está basado en la ignorancia científica o de la ley. Por eso viajo por Inglaterra, Francia, España, Portugal, Suiza, Nueva Zelanda y Australia, y en mayo iré por segunda vez la Argentina: para ayudar a los colegas locales a ajustar su argumentación.
-?¿Hay algo de ego en su lucha?
-No. Ahora nos dicen que estamos haciendo algo bueno. Pero 25 años atrás a nadie le importaba un bledo. Entonces, aprendí a no prestarle atención a lo que dice la gente.
Edad: 64 años
Químico, abogado, profesor universitario y escritor, es el fundador del Non Humans Right Project, la ONG, presente en ocho países, que busca otorgarles personería jurídica a animales con altas capacidades cognitivas. Publicó cuatro libros, entre ellos, Rattling the cage. Está casado, tiene tres hijos y a fin de año HBO estrenará un documental sobre su lucha.
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