¿Qué sentido tiene observar a un ser vivo sacado de su hábitat, triste, sin poder disfrutar su vida en toda su plenitud, sin aprender los métodos necesarios para la subsistencia ni oler el verdadero aroma de la libertad? ¿Qué educación estamos dando a nuestros hijos al llevarlos, como si de una diversión se tratara, a observar a seres cautivos encerrados en espacios pequeños que nos miran con desgana o están tumbados, abúlicos y afligidos? ¿Cómo tenemos la osadía de ver espectáculos circenses con delfines que han sido sacados del mar, encerrados en piscinas diminutas y obligados a realizar comportamientos ajenos a su especie a base de mantenerlos hambrientos? Aún la sociedad humana tiene mucho que aprender en respeto a la naturaleza y a la vida misma, en la estima a nuestra especie y a las otras, en tener empatía y romper esa barrera de las especies que siempre hemos marcado con líneas rojas y que en el siglo XXI deben ser difuminadas y convertidas en puentes verdes de comprensión y amor.