Antes de ser conocida en todo el mundo por vivir con gorilas de montaña, Dian Fossey luchó por atraer al atención sobre la cifra menguante de ejemplares de esta especie.
Segura de que los gorilas estaban al borde de la extinción, adoptó un enfoque algo temerario sobre la comunicación y la conservación que irritó a muchos y que probablemente fue el motivo de su asesinato —aún sin resolver— en 1985. Sin embargo, fue esta fiera dedicación la que ayudó a revivir a los atormentados primates. En la actualidad, miles de turistas visitan Ruanda, Uganda y la República Democrática del Congo para verlos.
En 1969, la científica de 35 años había recibido tres subvenciones de la National Geographic Society para investigar a los escurridizos gorilas, y los editores decidieron presentar sus hallazgos en la revista. Pronto comprobaron que Fossey no temía ofender para defender a los gorilas.
El 1 de junio de 1969, una carta de Fossey llegó a la sede de National Geographic en Washington, D.C., una entre las cientos de páginas de correspondencia y revistas de observación que abarrotan un estante en el archivo de la Society. La carta estaba dirigida a W. Allan Royce, un editor de ilustraciones que había enviado su proyecto de ilustración para el artículo, y sus palabras fueron abrasadoras.
«Mi reacción inicial a la propuesta», escribió, «fue aplaudir el sello que pone «No Publicar» en las diapositivas de los dos bocetos y subrayar la palabra «tentativa» en la primera página».
En otra carta al editor de textos dijo que estaba asqueada por la forma en que se había retratado a los gorilas. «Por favor, no degraden a este animal», escribió. Las ilustraciones, ya perdidas en el tiempo, representaban a un gorila cargando contra Fossey, con una leyenda que los describía como «salvajes». Este incidente sólo ocurrió una vez, según señalaba ella, en las más de 2.000 horas que había pasado observando a los gorilas.
«El objetivo [del bosquejo] era demostrar que, sin importar la conducta del gorila, su trabajo no ha estado libre de incidentes y existen peligros potenciales para su vida», escribió Royce para tranquilizarla.
Los problemas con la edición de enero de 1970 de National Geographic —que mostraba a Fossey en la portada— solo acababan de empezar. Dos meses después de la discusión inicial sobre las imágenes, un editor llamado RL Conly echó un ojo a la historia de Fossey y escribió su crítica: «La autora ha escrito un relato incoherentesobre unas aventuras bastante extrañas en las montañas de Virunga», escribió. «Su casa se incendia. Secuestra a un niño nativo. El padre del chico le roba a su perro. Mantiene retenido el ganado de otro lugareño (para recuperar a su perro). Se pone una máscara de Halloween para asustar a los nativos, ya que están molestando a sus gorilas».
Los hallazgos científicos de Fossey no aparecían en su relato y Conly estaba preocupado por que fuera comparada desfavorablemente con Jane Goodall y sus populares artículos sobre la investigación de chimpancés en Gombe, Tanzania. Así que Fossey cambió las aventuras ad-hoc por investigación y observaciones, y el departamento de ilustraciones de National Geographic borró la palabra «salvaje» de las maquetas.
Para cuando Fossey montó su puesto de investigación, Karisoke, en el actual Parque Nacional de los Volcanes en Ruanda, las décadas de cacería furtiva habían pasado factura. Temía que los gorilas se extinguiesen en de 30 años si no hacía nada para protegerlos, y por ello hizo suya la misión de ser conservadora, portavoz y detective. Ella y su equipo de investigación, que patrullaban en el parque cada día, recogieron cientos de trampas de alambre preparadas por los furtivos para atrapar a los gorilas y vender partes de sus cuerpos, así como a sus crías.